domingo, 19 de septiembre de 2010

Del jueves al viernes: Noche lluviosa, noche de inspiración

Un relámpago rompió el silencio. Pensé que no me quedaba mucho tiempo, así que apuré el vaso, pagué mi cuenta y salí por la puerta. Antes de añadirme a la intemperie, alargué mi mano, para ver caer las primeras gotas sobre la palma. Demasiado tarde. Volví de nuevo al bar, dónde el camarero me saludó con una mueca burlona. Me senté en el mismo sitio, en la barra. Todavía notaba el calor en el taburete.
-Whiskey doble, sin hielo.
-Como comande.
“Como comande”. Qué respuesta más rara. La sexta vez que la oigo en mi vida. La sexta vez que la oigo esta noche. Llega la copa, y mientras arraso con ella de un trago noto cómo me arde la garganta. Otro relámpago. Un viejo, sentado al fondo del bar, en una mesa en la penumbra, suelta una carcajada para sí, limpia su barba de absenta y pide una ronda más. Pienso que a pesar de la diferencia de edad, somos iguales. Descarriados, productos erróneos pero necesarios de nuestra sociedad.
De repente, la puerta del bar se abre, y la sombra de un gigante inunda el local. Fijándome bien, veo que no es un gigante, si no tan solo un hombre alto y robusto. Cojea. Se acerca a la barra, se sienta a mi lado y pide un chupito de tequila. Tras tomarse el primero le pide al camarero que le deje la botella. Ante la reticencia de Ismael, nombre que supe hace un par de horas, el gigante le lanza la mirada más escalofriante que he visto jamás. Después se gira hacia mí, su gesto cambia totalmente, y con una sonrisa afable, me dice que me invita a la siguiente copa.
Lo bueno de una ciudad como esta es que si encuentras a alguien en un tugurio como en el que me encontraba, tendréis más en común que muchos amigos de toda la vida. En las cloacas de la metrópolis, a quien te invita, le debes la vida, o por lo menos no delatarle ante la bofia. Mientras observaba como caía la lluvia a través de la ventana, Kurtz, el gigante, empezó a contarme lo feliz que era en Seattle, dónde había empezado con éxito un negocio de cartografía. Su clientela era escasa, pero leal, además, pagaban bien. La lluvia me fascinaba, y no podía apartar mi atención de ella, así que solo pude sacar unos retales de lo que mi nuevo amigo me estaba contando. Retales como que había pasado 8 años en la cárcel, esperando la inyección letal por haber matado a su mujer, pero que al final, no sé cómo, salió. También que había tenido una hija, pero que ahora estaba muerta. Según entendí, un asunto de drogas y proxenetas. Puede que mi indiferencia parezca cruel, pero cuando tu día a día consiste en esta mierda, puede que ver caer la lluvia, y que puedas apreciarlo, sea lo más valioso. Así que, haciendo un esfuerzo, fijé mi atención en Kurtz justo a tiempo para oírle acabar de contar cómo acabó invitándome a una copa.
El gigante sollozó, ocultando la cara entre los brazos. En el momento en el que ves a un hombre de tal envergadura y aspecto derramar unas lágrimas por la vida perdida, sabes que algo va mal, y te sientes muy pequeño. Cuando la volvió a levantar, el desprecio había vuelto a sus ojos.
-Esa es, en resumidas cuentas, mi historia. ¿Y la tuya?



PS: No sé que tienen los días lluviosos, que me da por escribir, y lo que más me gusta de lo que escribo (no lo mejor, que eso siempre depende de quien lo lea), me sale cuando llueve.

1 comentario:

  1. Está muy bien escrito Dani, a mi me da por escribir cuando tengo que estudiar.. como puedes comprobar en los últimos post. jajajajaja.

    Un besito.

    ResponderEliminar