viernes, 21 de mayo de 2010

Nicolás (Humo II)

Esperaba. Un día más. Era martes, y como siempre estaba apartado de los demás padres, junto con Fernando. Era el único de sus "compañeros" que le caía bien. Tenía un aspecto serio y limpio, pero a la vez desenfadado. También tenía los pies en el suelo, y un carácter alegre y vivaz. Los otros siempre se acercaban con la cara mustia a la puerta del colegio, como si en realidad no quisieran recoger a sus hijos. Pero Fernando no. Él iba cada día, con esa cara a la vez seria y simpática. Y cada día que su hija salía por la puerta se le iluminaba la cara. Era curioso, pues Fernando pensaba de él algo similar.
Sacó la pipa. Hacía tiempo que fumaba, y un poco menos desde que lo hacía en pipa. Más concretamente desde que vio a Peter Cushing haciendo de Sherlock Holmes. Cuando le vio en la pantalla con el sombrero y la pipa, le encantó el chisme y decidió probar. Al principio se dejó los pulmones, pero se empeñó, y cuando lo consiguió le gustó tanto que no volvió a fumar cigarrillos.
Primero limpió la caña y metió el tabaco (le gustaba el que tenía aroma a canela, pero de vez en cuando experimentaba con otros) para después prensarlo. Acercó una cerilla encendida y en unas pocas chupadas consiguió encenderla.
Un par de anillos de humo después se abrieron las puertas de la escuela, y un torrente de niños inundó el patio de gritos. Nicolás cruzó el mismo hasta la esquina donde solían apartarse Fernando y su padre. Nadia iba con él. Al igual que sus padres, ellos se habían hecho muy buenos amigos en poco tiempo. Era casi imposible saber cuál de las dos amistades había sido resultado de la otra. Su padre se metió las manos en los bolsillos distraídamente, para sacar de ellos el zumo de naranja y la chocolatina de rigor. Fernando hizo lo propio con Nadia, solo que el zumo era de piña.
De camino a casa, Nadia y Nicolás se peleaban por explicar cómo habían hecho las máscaras de escayola que llevaban en las mochilas. Al final Nadia ganó y consiguió el privilegio, y los ojos casi se le salían de las órbitas cuando empezaba a contar, paso por paso, cómo le habían colocado unas tiras frías y húmedas en la cara, adaptándolas y dándoles forma.
Seguían de camino a casa. Un par de manzanas atrás se habían despedido de Nadia y Fernando, que habían entrado por una bocacalle en dirección a un parque cercano. De pronto un pájaro pasó por delante de Nicolás. Era una paloma torcaz. Era raro, ya que no se veían muchas en la ciudad. Nicolás lo sabía, y sabía también que era un pájaro de campo. Antes había un montón por todas partes, incluso en la ciudad, pero ahora no se las podía ver en las cornisas. Y sabía todo esto porque le encantaban los pájaros. Las navidades pasadas, sus padres le habían regalado un libro con grandes dibujos de aves. Libros que explicaban de forma bastante sencilla aunque detallada los hábitos alimenticios y las relaciones de sus especies favoritas.
Se soltó de la mano de su padre, embelesado por el aleteo del pájaro. Se acercó a él lentamente e intentó atraparla, pero la paloma salió volando antes de que se acercara lo suficiente. Salió corriendo tras ella, alucinado, sin atender a nada de lo que le rodeaba. De repente sonó un grito, una voz ronca, que le desconcertó. También lo hizo el pitido de un coche que acompañó al grito. Siguiéndolos, un tirón en el cuello de la sudadera le hizo volar un par de metros hacia atrás mientras veía aparecer la nuca de su padre por la derecha. Cayó de culo en la acera y se puso a llorar.

Habían pasado dos meses. Dos meses en los que a Nicolás lo acompañaban a su casa Fernando y Nadia. Dos meses en los que siempre estaba triste o cabizbajo, incluso el día que fue a la escuela una compañía de circo con un oso y todo. Dos meses en los que ya no tenía ganas de leer sobre sus aves favoritas, o los fantásticos cuentos de Gerónimo Stilton, el periodista ratón. Dos meses en los que su madre salía todas las tardes, dejando a Nicolás con sus abuelos, para pasar a recogerle un par de horas después.
Ese día su madre bajó a buscarle al portal cuando Fernando llamó al telefonillo. Tenía una extraña expresión en la cara, como una mezcla de emoción contenida, alegría, tristeza... Ese día no le preguntó cómo le había ido en el colegio mientras subían en el ascensor. Cuarto piso. Se abrieron las puertas del ascensor, y según se acercaban a la puerta, su madre empezó a temblar. Abrió la puerta, y una aroma a canela inundó el rellano, seguido de una densa nube de humo. La boca de Nicolás se ensanchó, sus dientes asomaron, al igual que las lágrimas, y él también empezó a temblar. Echó a correr y saltó a los brazos de su padre.


PS: versión revisada mil y una veces :)
PS2: no, no vivo con mi abuela, aunque sí que me paso buena parte de las semanas allí
PS3: John (Israel), si lees esto, ¿me comentas que tal está, aunque sea en otra entrada? Gracias (Ana, tú sé que me comentarás aquí mismo, pero gracias de todas formas)

jueves, 6 de mayo de 2010

Tender la mano

Hoy me he preguntado durante bastante tiempo sobre la confianza. ¿Quién se merece la mía?¿de quién me la merezco yo?¿Por qué?¿En qué sentido confía en mi la gente que lo hace?¿En qué sentido confío yo?


Hay algunas repuestas a las que sí que he llegado, y otras a las que no. Pero ahora mismo hay gente que me gustaría que confiase en mi, y creo que no lo hace. Me apena. De verdad. Y todo tiene su tiempo, y fuimos inocentes cuando pensábamos que el hecho de que pasara algo desagradable no derrumbaría nuestra confianza. Es triste ver cómo se derrumba una amistad que tu creías tan importante que pensabas que lo aguantaría todo, y darte cuenta de que al parecer no era tan importante.
¿Pero sabéis qué? Sigo creyendo que es una amistad muy importante, y voy a creer no que se ha derrumbado, sino que está pasando por un pequeño bache. Voy a tener paciencia, igual que pido que la tengan conmigo, pues por más que se diga, no es un asunto que se pase en una semana, al menos no para mi. Voy a tener paciencia y, cuando llegue el momento oprtuno, voy a tender la mano.

PS: está en camino el siguiente relato relacionado con el humo. Un poco más largo y de temática diferente, le estoy dando los últimos toques...

PS2: también está en camino un nuevo diseño del blog, de manos de una de mis mejores amigas Huevo-kinder-de-rubio-platino-con-mechón-negro-en-el-flequillo-McChopped, más comúnmente conocida como Raquel (Esponja)

lunes, 3 de mayo de 2010

Y tú por qué vas disfrazado de hombre?

Creo que necesito ir a un loquero. No sé, es una de esas cosas que creo que debería hacer todo el mundo una vez en la vida (SI TENÉIS QUE IR A UNO, ID A VER A MI PRIMASTRA... ATENCIÓN; ESTO NO ES PUBLICIDAD SUBLIMINAL... ES TODO LO "LIMINAL" QUE PUEDE). Y sí, creo que no me vendría mal. Un desconocido o desconocida, al que vas y le sueltas toda tu mierda, con el que te desfogas, lloras, pataleas de rabia o ríes de alegría. Un desconocido o desconocida que después de escucharte pacientemente, es capaz de analizar tu situación y darte una o varias posibles soluciones que tu puedes buenamente apreciar o mandar al carajo: según te plazca. Y lo mejor es que es desconocido o desconocida está obligado a mantener la confidencialidad; como si le dices que tienes sueños húmedos en los que te ves matando a gente. No creo que exista mucha gente a la que le pase esto, pero si la hubiera, él tendría que cerrar la boca. Pero bueno, son sólo divagaciones.

En otro orden de cosas, si a alguien le gusta el cine muy rallante, que se vea Donnie Darko (si es que no la ha visto ya), y si a alguien le gusta Jackie Chan, que no vea "El super canguro" (yo no la he visto, pero me han contado "cosas", y aun así tenía mis reticencias).

Y en un orden de cosas diferente a los dos anteriores, estoy mirando lo del Camino de Santiago. No lo hago por ninguna movida espiritual. Respeto a los que lo hacen por tales motivos, pero no es mi caso. Tan sólo creo que es algo bonito, que me apetece (me encanta el senderismo, más conocido últimamente como trekking ), porque será mi primera experiencia sin padres, ni tutores, ni monitores, ni cualquier otra figura superior que vaya respaldado por una superioridad de la edad, algún parentesco genético o alguna acreditación educativa en entornos campestres, y por hacer algo nuevo.

PS: Hay que ver las empanadas mentales que me hago cuando no sé como contar lo que tengo que contar...