La vida está hecha para disfrutarla. Es una premisa bastante simple, de la corriente filosófica epicurea, y si lo llevamos al extremo, también edonista. Pero qué hacer cuando para disfrutar con algo, lo pasas mal de alguna manera, o si disfrutas con algo que te hace sufrir. Ningún placer tendría que venir acompañado de un sufrimiento, pero la verdad es que es así, y sólo se puede reaccionar de dos formas:
- O huyes de ese sufrimiento, negándote también el placer...
- O aguantas el sufrimiento para poder disfrutar a su vez del placer.
Está claro que las dos son validas, pero también está claro que son una mierda. Al huir y negarte el placer, sufres por lo que te pierdes; al quedarte para conseguir ese placer, sufres por lo que no te quieres perder. Las consecuencias de cualquiera de las dos elecciones son diverso sufrimientos, y aun así, no paramos de elegirlas una y otra vez, a la una y a la otra, entrando en una espiral que sólo nos lleva a más sufrimiento. Y es que somos tan idiotas que no podemos hacer otra cosa que tropezar una y otra vez con la misma piedra, aunque pasen los años; y cuando por fin te das cuenta de que si tropiezas es porque ni tu ni la piedra os habéis movido te entra tal desesperación y tales ganas de gritar que sientes que no hay voz, ni pozo en el que quepan.
Creo que está claro que hoy no es mi mejor día, y aun así estoy contento por las expectativas de mi futuro. Creo que puede ser tan brillante como las nubes que recubren el cielo que asoma por mi ventana. Y creo que si me esfuerzo, puedo hacerlo brillar incluso un poco más. Hoy, a pesar de lo anteriormente escrito, me siento optimista. Hoy no son nubes de lluvia...
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