jueves, 18 de noviembre de 2010

El prado de jaramago

Encajó el ojo en la mirilla. A lo lejos se distinguía un prado entero cubierto de jaramago, una flor amarilla, que hacía creer que el sol reflejaba allí sus rayos más claros. Se acomodó sobre la roca y siguió observando. Tras el prado había un pequeño bosque de cedros y abetos. Las ramas de unos y otros se peleaban por llegar al lugar más elevado, y poder dejar así a las hojas en buena posición para alimentarse. Por debajo, un riachuelo serpenteaba por entre los árboles, nutriendo sus raíces, que surcaban el suelo como si fueran las venas de una mano anciana.


Un ruido sonó detrás de él, sobresaltándolo. Se dio rápidamente la vuelta y se fijó en las matas de jara que le rodeaban. Otra vez ese ruido. Giró bruscamente la cabeza, intentando seguir la figura furtiva, que salió gateando por un extremo. Una ardilla. Soltó un bufido, a la vez aliviado y divertido. Estaba solo..., no había por qué mantenerse en tensión. Tanto tiempo sobre la roca le había entumecido el cuerpo, así que dio unos saltos y se echó unas carreras. Cuando terminó volvió a tumbarse, hincando los codos en las zonas cubiertas por el musgo.
Hacia el este, el riachuelo pasaba a ser río. A su vez, los árboles se abrían, dejando entrar la luz del sol, que rebotaba en las aguas cristalinas, dibujando luces y sombras en los nudosos troncos. Un poco más lejos, un puente unía las dos orillas. Eso era lo que buscaba. Esperó.
Al cabo de una hora, una pareja pasó por allí. El hombre era moreno, alto, fuerte. La mujer, rubia y menuda, se abrazaba a su acompañante con dulzura. Siguió la caminata cuando remontaban el río, cuando bordeaban el riachuelo, cuando salían por entre los cedros y abetos, cuando subían la colina que llevaba al prado de jaramago. Una vez en éste, se tumbaron, perdiéndose entre el amarillo. El observador, desde lo alto, giró la muñeca, acercando así la imagen de la mirilla. Difícilmente distinguió sus cuerpos, que se movían bruscamente, agitando la hierba a su alrededor. Un grito de socorro. No apartó la mirada de la sórdida escena que tenía lugar. Abajo, el hombre se incorporó, forcejeando con el cinturón. Una mueca de violencia deformaba sus facciones. Era el momento. Lentamente, empezó a contraer el dedo índice, primero acariciando, luego apretando con fuerza el gatillo. El eco repitió el disparo a lo largo del valle. Silencio. La mujer se levantó con salpicaduras de sangre en la chaqueta y lágrimas en la cara. Miró a uno y otro lado, confusa y espantada, y se alejó corriendo al no ver a nadie.
Sobre la roca sólo quedaba el calor que delataba la presencia de un hombre recostado hace poco sobre ella. Pronto, ese calor desaparecería.

PS: Ana, no sabes lo que has hecho. Ahora me ha entrado la curiosidad y te voy a dar la lata hasta que me digas tus interpretaciones (no te preocupes, que no me molesto fácilmente). Por cierto, hago campaña por Gilito... un nombre en toda regla ;)

4 comentarios:

  1. Me encanta el relato, sigues siendo un "niño prodigio" escribiendo. En cuanto a las interpretaciones... que tienes una pseudo pareja y no quieres. porqué no quieres? barajo opciones, no es la persona que debería, no es del sexo que debería o no es el momento en el que debería.
    Creatividad no me falta eh:P

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  2. Cómo me alegro de haberte animado a escribir en su momento, jovenzuelo. No te haces una idea.

    Por cierto. ¿Me explicas la complicada situación emocional en la que andas sumido? Porque entre que ando disperso y que eres ambiguo, así no hay dios que aconseje, oiga. XD

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  3. Eso está hecho, pero ya si eso en otro lugar, que por aquí me lee gente (quien se quiera dar por aludido que se dé) que no me apetece mucho que se entere.

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  4. JAjajajajaja pues avisanos el lugar, que nos tienes a los dos despistaos :P Ya sabes que te dejo mi rincón para decir lo que quieras, e incluso sobornarme para que lo llame gilito.

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