domingo, 31 de enero de 2010

Año nuevo, vida nueva e historias por contar

La vida da sorpresas solamente a quien no espera palos. Es una frase que resume muy bien mi último mes de existencia. Un día te despiertas, y te das cuenta, después de meses de inactividad total, de que tienes sentimientos. Los mismos que la rutina te había hecho creer que habías perdido, y no puedes evitar pellizcarte para ver si es un sueño, si la parálisis que habías sufrido sigue ahí. Compruebas que no, que sí que tienes sentimientos y que lo que te ha llevado a descubrirlo es un palo, una hostia contra la pared que te deja todavía mas confuso que la inopia de la que acabas de salir.
Decir que algo es una sorpresa es decir que es un acontecimiento, pero de una forma interesante. Un acontecimiento que para algunos es el pan de cada día, que reciben con acritud y estoicismo, pero no para ti, que estás acostumbrado a la mediocridad. Todos y cada uno de nosotros nos compadecemos de nosotros mismos, nos situamos como víctimas para sentirnos mejor, más fuertes ante lo que nos ocurre, pero cuando encuentras a alguien como tú; que ves que se hace la víctima, como tú, pero a un nivel preocupante, te das cuenta de lo patético que es vivir de esa forma.
Yo me llevé la sorpresa hace cosa de un mes. Mi sorpresa fue, como he dicho antes, un palo. Se podría calificar como algo "malo", pero si lo miras desde el exterior, como algo objetivo, te das cuenta de que no es una sorpresa, de que esa situación se repite a diario en el mundo entero, pero que en realidad, y por mucho que joda admitirlo, no te ha importado una jodida mierda hasta el día de hoy, y es así como la situación victimista que habías llegado a considerar patética desde la inopia no sentimental en la que te habías visto envuelto se vuelve mucho más patente y te vuelves a considerar una víctima, y lo vuelves a revisar desde fuera y te vuelves a sentir patético, y llevas así unas semanas en las que pareces estar bien con otra gente, con la que incluso te ríes de forma sincera y no fingida, pero cuando vuelves a estar solo se te va la cabeza a ese pensamiento, a ese rincón de la memoria que no quiere dejarte tranquilo. Es entonces cuando las gilipolleces más pequeñas del mundo te devuelven la sonrisa: un trabajo para el instituto del que te sientes inusualmente orgulloso, la completa instalación de un ordenador en tu cuarto, la perspectiva de poder grabar por fin el maldito disco que se resistía. Oyes nueva música que te sube la moral, y descubres que uno de tus ejemplos a seguir, del que habías oído que había abandonado la red, ha vuelto. Entonces lees lo que escribe, y te trae recuerdos. Concuerdas con sus ácidos comentarios, con sus críticas constructivas, te quedas con ganas de leer lo que te recomienda e incluso serías capaz de cagar entre las 2 y las 3 si él lo dijera.
El palo sigue estando ahí, pero ahora no sólo soy capaz de apartarlo y disfrutar de los momentos en compañía, sino que además puedo disfrutar de algún que otro momento de soledad en el que enfocar mis pensamientos a asuntos más vanales e incluso alentadores. Descubro que mi mundo no se ha venido abajo y ¡Qué coño! tengo un monociclo que aprender a manejar...